Toda esa fascinación le llevo con tan sólo 15 años a decidirse por el mundo de la estética, iniciando sus estudios de peluquería que poco después completaría con su formación como maquillador, que le sirvieron para adentrarse en el mundo de la televisión y los videoclips. Años más tarde, casi por casualidad, se vio por primera vez con una cámara Fujica entre las manos. “Se la cambié a un amigo por una chaqueta maravillosa de piel de potro que había conseguido en el mercadillo y que quería con toda mi alma”, recuerda el fotógrafo.
Aquel fue el primer trueque de su vida en ponerle en la senda que le ha conducido hacia el lugar en el que hoy se encuentra. Con aquella cámara realizó su primera sesión fotográfica, “las mejores fotos que hice en mi vida”, afirma Costa. Fue sin duda el descubrimiento de una pasión que le llevó a devorar todo libro de fotografía, analógica y digital, y de diseño gráfico que encontró en su camino. Poco después realizaba sus primeros trabajos como fotógrafo profesional para la compañía Joyco y un par de portadas de disco para unos amigos.
Años más tarde llegó el segundo trueque de su trayectoria. Un cambista le dio 500 euros por una cámara de fotos “que compré con mucho cariño y mucho esfuerzo”, asegura. Era justo el dinero que necesitaba para pagar su matrícula en la escuela de cine Quinze de Octubre de Barcelona, donde realizó sus estudios de dirección cinematográfica y publicidad. “Fue una época dura, no tenía mucho trabajo, me quedé sin coche y viviendo con menos de 200 euros al mes”, recuerda. Sin embargo, fue gracias a aquel curso que consiguió rodearse de un grupo de compañeros con los que se embarcó en el rodaje de su primera experiencia cinematográfica: el cortometraje Afortunados. Aquella fue no sólo una de las experiencias más significativas en la vida de Costa, no sólo por la aportación profesional, si no por los contactos que pronto dieron su fruto, como el de Katja Redweik.
Entre ambos comenzó a fraguar la idea de dar un nuevo giro a la empresa de publicidad que ya dirigía Costa, Art Producciones. Un giro revolucionario y que le ha valido los últimos grandes logros de su trayectoria profesional: crear una empresa de servicios de fotografía y vídeo para bodas, “pero muy diferente a lo que había en el mercado, queríamos otro enfoque, un buen concepto”. Y lo lograron. “Al principio, por no tener, no teníamos ni oficina, ni dinero, ni siquiera un álbum para enseñar”. Pero se pusieron manos a la obra y consiguieron “un trozo de suelo” en la puerta de la feria de bodas que se celebraba aquel año en Mataró (Barcelona). Allí plantaron una autocaravana repleta de fotografías pegadas en las paredes, desde la que distribuían postales a la gente que entraba y salía de la feria.
En aquella feria consiguieron sus dos primeras bodas, de las cuales sacaron para invertir en algunas mejoras a su negocio. Una pequeña oficina en un vestidor fue suficiente para seguir funcionando. “La gente alucinaba cuando venía a vernos, era vergonzoso, pero no podíamos ofrecer nada más que nuestras ganas de realizar nuestro sueño”.
Dos años después la empresa Artboda había logrado tener presencia en el mercado. Pasaron de hacer 20 bodas en un año a conseguir 80. Hoy por hoy, seis años más tarde, realizaban más de 200 bodas y eventos al año, con un equipo de más de 30 personas, a lo largo y ancho de todo el país, además de en varias ciudades de Europa. En el 2010 Pablo Costa comenzo un proyecto llamado “Metamorfosis” dentro de Artboda, para reducir la cantidad de bodas a menos de la mitad y centrarse unicamente en conseguir la maxima calidad y servicios mucho más exclusivos.